miércoles, noviembre 15, 2006

HERMOSA LOCURA
por A.S.


Para ustedes a los que les gusta esto de los conceptos y teorías (por compación)

Llevaba inscrito el estigma de la rebeldía y el escándalo a la libertad con su desfachatada manera de amar. Cierta libertad de sentido que raya en lo ingenuo y lo perverso, perversidad que tendrá que ver con la inocencia de conocer el mundo sin tapujos. Es una inocencia valiente, la más valiente: aquella que no necesita justificación sino que se explica a sí misma por la intensidad que provoca, que trae adentro todas las flores y todos los cuchillos de una loca flaca desvelada que no para de fumar y que a mí también me daría miedo (pero gracias a que no es así). La detestas y tratas de cotorear su actuar, como si todo el tiempo diera la impresión de hacer lo que hace sin que en el fondo le importara. Es lo que provoca arrancarle la piel, porque no puedes pegar etiquetas en ella, y ella no se da por eludida.

A LA CIUDAD QUE LATE FUERTE COMO UN CORAZÓN ENAMORADO

Hay algo en esa ferocidad para la seducción, en relación con la belleza y su necesidad de una imperfección que le complete. Y no puedes negártele a reconocer esa pasión loca por la hoguera que te hace marchar hacía ella como un poseído .. .

ESTUPIDA TU FIJEZA cuando el miedo te paraliza .. .
www.lasierrafilm.com

Cuando me muera levanten
Una cruz de marihuana,
Con diez botellas de vino,
Y cien barajas clavadas…”

“…En mi caja de la fina,
Mis metrallas de tesoro…”

“…No quiero llantos ni rezos,
Tampoco tierra sagrada,
Que me entierren en la sierra
Con leones de mi manada;
Y que me toquen mis sones,
Ahí canten mis canciones…”

“…Y que con balas se diga
La fama de mi pistola…”

“...Que en mi epitafio se ponga: con llanto
Te ama Pola...”

Grupo Exterminador


LA MEMORIA TRAICIONERA por Jorge Franco

Como éramos muy jóvenes nos tocó aprender a amar en medio de la guerra, a agacharnos para que pasaran las balas, a besarnos con miedo, a hacer el amor entre tanto muerto. Aprendí a tomar aguardiente y a vomitarlo, aprendí a bailar, a llorar por amor, a sacarle provecho a la noche antes de llegar a casa, donde siempre me esperaban acongojados porque no sé dónde había explotado otro carro bomba que había matado a muchos. Ningún muerto conocido, decíamos, pretendiendo que todo siguiera igual.
Teníamos que seguir viviendo mientras esperábamos a que pasara la tormenta que todavía cae. En Medellín sigue lloviendo metralla. En medio del fuego cruzado pasamos del orgullo a la vergüenza. Asustamos al mundo con solo pronunciar nuestro nombre, y a pesar del desprestigio nos volvimos errantes. Quisimos irnos y unos, efectivamente, nos fuimos a buscar la utopía en otra parte, y a deshacernos de nuestro sabor a borrachera y a pólvora. Huimos, como siempre, de nosotros mismos. Buscando, continuamente, que el tiempo y la distancia nos hagan olvidar.

No sé qué pasa, pero a la idea de partir está amarrada la del regreso. O para no irnos del todo indagamos sobre lo que queda. Supe que dos amigos se volvieron mafiosos, que a uno lo cogieron preso, que a otro lo mataron y otro se suicidó aburrido; otros dos decidieron salir del closet, otro se fue para la guerrilla, el que era el mejor de la clase se volvió paramilitar y a los otros fue como si se los hubiera tragado la tierra. Me contaron que una amiga se casó embarazada, que otra se fue con un narco, y que me mandaba saludes una que no me había podido olvidar. Me dijeron que por fin habían terminado el metro, que habían limpiado el río, que ya todo el mundo podía regresar porque habían matado al que sabemos.

Me dieron ganas de volver aunque para entonces la memoria había comenzado a hacer estragos y había borrado parte del camino de regreso. Supuse que me recibirían menos amigos que antes, y que los tres gatos que me esperarían en el aeropuerto me mirarían raro, que no tendría nada que decirles, que me perdería en una calle nueva, que me ahogaría otra vez entre las montañas.
Tratando de retener lo que la memoria me quitaba comencé a escribir lo que había dejado. Como ya no tenía destinatarios para mis cartas comencé a escribirme a mí mismo, a inventar lo que me pasaba porque afuera no me pasaba nada. Parecía que todo estaba destinado a suceder en Medellín. O al menos eso decidí con las historias que inventaba, que sigo inventando, como esta que cuento ahora, para no olvidarme nunca de lo que soy y de dónde vengo.

Ahora trato de mantener el equilibrio en ese punto donde uno no es joven ni viejo. Aún conservo el acento, la necesidad de un clima inigualable y de la amabilidad en el trato, de alguno que otro plato de comida y de las historias que cuenta una gente a la que uno no imagina que le cabe el odio. No sé si todavía habrá alguien que me espera, si recordaré los nombres de todos los conocidos, si podré tomarme un trago de aguardiente sin arrugar el ceño y qué sentiré al caminar otra vez por mi barrio. Sin embargo, a veces me despierto en cualquier ciudad después de tener dos sueños: en el primero todavía voy al colegio y en el segundo aún sigo en Medellín. El primero es una pesadilla que no me deja dormir tranquilo, pero el segundo es un buen sueño, un sueño bonito que quiero siempre seguir soñando, antes de que el maldito olvido se lo lleve todo.

“Parce, lo mejor del barrio es el ambiente/
Aunque hay vainas calientes, la alegría se siente/
Cuando hay momentos de felicidad se empuñan, porque para obtenerlos se trabaja con las uñas (…)/
Por eso es que las heridas no se sienten, porque el progreso es lo que se tiene en mente/
Como éste del barrio hay otros casos donde vale más la esperanza q
ue el fracaso/
Un saludo y mis respetos para todos aquellos que conservan sus raíces y su corazón (...) plebeyo.”
Grupo Kafeína.
Cerro 18 - Medellín, Colombia